sábado, 7 de marzo de 2015

El ocaso de un ídolo



Grandeza. Esa sensación etérea. Ese aura especial que rodea a los elegidos. ¿Qué es grandeza? Grandeza, en un terreno deportivo, es Jordan metiendo un jump shot en tu cara, es Maradona echándose un país entero a la espalda para desatar la locura de la hinchada más pasional del fútbol. Es también el Barça de Pep haciendo rondos en cuatro metros, es un control imposible de Zinedine Zidane, es una volea de Iniesta en Johannesburgo, es un cabezazo de Sergio Ramos en Lisboa, es cualquier gesta recordada de un genio. Grandeza cimentada momento a momento, transformada en leyenda cuando todo acaba.

Grandeza es lo que poseen los semidioses del deporte, y también los sentimientos que producen en los terrenales que tienen enfrente. La evocación de lo supremo puede ser superior a cualquier sistema táctico e incluso a cualquier capacidad técnica: simplemente, pasas de intentar igualarlo con sufrimiento a admirarlo atentamente, a aceptar que no tienes más opción que deleitarte y guardar el momento en tu memoria.

Pero el precio de una estrella es ser fugaz. La deuda con el final solo puede ser pagada por uno mismo, y cuando las luces se apagan y se recorre el último camino hacia el vestuario, el que ya no tendrá retorno, solo los poseedores del sumo halo de los invencibles dejan de ser ídolos para convertirse en leyendas. Es el ocaso de un ídolo, tan diferente del de cualquier otro, conmovedor y fascinante a partes iguales por lo que ha significado previamente.

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